Historia Completa de Gaïa Volúmen I

Desde la perspectiva del hombre, todo lo concerniente a la historia antes de la llegada de Cristo es algo confuso e impreciso. De ello se han ocupado la Iglesia y Tol Rauko, quienes ocultaron y destruyeron toda la informacion que no querian que fuese conocida.
Pero... Algo se ha podido rescatar.
La Era del Caos tiene un orígen incierto pero todos coinciden en que el orígen está en La Guerra de la Oscuridad, un apocalíptico conflicto ocurrido en la antiguedad. Se remonta a más de 10.000 años antes de la llegada del Mesías. Solo se sabe que ese periodo fue muy largo y vio nacer y morir grandes imperios.
Fue una edad caótica llena tanto de maravillas inexplicables como de horrores.

Fue en esa época de Caos y confusión cuando apareció quien lo cambiaría todo. Un niño haría que los cimientos del mundo se tambaleasen. Sería humilde, pero incluso reyes y emperadores se postrarian ante él. Hoy se llama por muchos nombres, como El Iluminado, Rey de Reyes o Hijo de Dios, pero por el que se le conoció entonces... fue Abel. La primera constancia que se tuvo en Gaïa, fue en un pueblo llamado El Dominio. Por ese entonces, todo estaba sumido en disputas, siendo corriente que los señores se alzasen reclamando las tierras. En un pueblo llamado Netzath, unos soldados entraron para arrasarlo pero Abel apareció en pleno asalto. Se acercó al capitán, sonrió y dijo:

Habló con la inocencia de un niño y la sabiduría de un anciano. Contaría con diez años.
Conoció entonces al que después sería el famoso Pietro Giovanni, el capitán de aquel pueblo, que se quedó impactado por el niño y decidió seguirlo allí a donde fuese. Sería entonces el primero de sus discípulos y tambien el primero de sus Apóstoles.
Abel viajó de un lado para otro. Allá por donde iba, la gente abandonaba sus conflictos con metas comunes siguiendo los designios de un Dios desconocido hasta entonces. En su filosofía no cabía la magia ni lo sobrenatural, considerandolo el origen de todos los males que poblaban el mundo. De este modo, hechiceros, espíritus y otras criaturas sobrenaturales vieron con alarma cómo se les rechazaba con una fuerza que nunca hubieran imaginado.
Por este motivo, cuando Abel cumplía los dieciseis años, algunos detractores decidieron terminar con la molestia que Abel les ocasionaba. El ataque fue orquestado por la Orden de Yeduah, una potencia convencida de que aquelllos agraciados con el Don eran los legítimos gobernantes del mundo. Su objetivo no era solamente la muerte de Abel; pretendían causar una gran conmoción que mostrase a todos donde residia el veradero poder. Sin embargo, los señores brujos nunca hubieran imaginado lo que iba a suceder. Aquella noche, Abel nos enseñaría que Dios no traía solo amor y misericordia, sino también un justo castigo y venganza. Cuando los archimagos se manifestaron ante el gentío, y comenzaron su brutal demostración de fuerza, el joven recogio del suelo una espada perteneciente a un soldado caído y avanzó hasta los brujos con lágrimas en los ojos.

La actitud pasiva de Abel cambió. Reunió a sus seguidores más cercanos, les dió el título de Apóstoles y les dijo que habia llegado la hora de cambiar el mundo para siempre. Inició entonces una cruzada para la unificación del imperio, reuniendolos bajos una sola bandera, un único sueño y un mismo cielo.
Así se iniciaron las Guerras de la Cruz.
Reinos y naciones se rindieron a sus pies, señores de la guerra y emperadores entregaron sus armas y coronas gustosos, todos fascinados por Abel. Y quienes no lo hicieron, fueron sometidos por la fuerza.
A lo largo de los años, Abel siguió adelante con su sueño, unificando todas las naciones de la humanidad. Solo el imperio de Sólomon, antaño la mayor potencia del hombre, se negó a claudicar y logró resistir el avance del elegido de los cielos, quien lo ignoró en favor de otros territorios.
Llegado el momento, la unificación religiosa fue vista con desprecio por las deidades que hoy se conocen como Falsos Ídolos y partes de ellas decidieron tomar parte activa en este asunto. A las puertas del Pico del Mundo, Abel se enfrentó en persona a Fenrisulf, un dios viviente que se había manifestado en el mundo en plenitud de su poder. Se le ha llamado "La Gran Bestia". Contra trodo pronóstico, Abel destruyó a la deidad, derramando con sus propias manos la sangre de un dios. En aquel instante, Saulo, sumo sacerdote de los Falsos Ídolos, mojó su dedo en la sangre de Fenrisulf y marcó una cruz en la frente de Abel. Así se le daría el nombre de Cristo, el Ungido.
Tras aquella muestra de poder, el hombre decidió que la raza humana se encontraba en su apogeo y por primera vez en muchos años, la raza humana volvio a atraer la atención del resto de razas. Embajadores de varias culturas trataron de ponerse en contacto con Abel, pero este cerró las fronteras apartándose de todo aquel que no era como nosotros.
El imperio Sylvanus aceptó a regañadientes pues que no deseaba entablar un conflicto abierto y las tribus Jayán que se encontraban en los territorios humanos fueron expulsados por la fuerza. El resto de las razas, etnias y culturas hizo paulatinamente lo mismo, olvidándose del hombre y de sus asuntos. Sólo el pueblo de las sombras supuso una verdadera amenaza. Pese a tener meramente una fracción del poder del que dispusieron antaño, los Duk'Zarist eran una potencia a la que dificilmente podíamos enfrentarnos. En su orgullo, jamás permitirían que se les cerrase el paso a ningún sitio.
Pero una vez más, Cristo entró completamente solo en Kronos, la capital flotante de los Duk'Zarist. Exigió hablar con la emperatriz Phometeum Noah. Este atrevimiento provocó la curiosidad de la señora de Kronos, asique le dejó entrar. Algunos piensan que vio la sombra de Dios y tuvo miedo, aunque yo creo que en realidad se sintió tan deslumbrada que decidió darle a la humanidad una oportunidad de demostrar cual eran sus límites.
Por un motivo u otro, accedió a no intervenir en los asuntos del hombre y Cristo regresó junto a sus Apóstoles. Entonces tenía veintiocho años.

Tras asegurar todos los puntos cardinales, su interés se centró en el imperio de Sólomon. Su gobernante despótico y cruel, llamado Rómulo, había demostrado abiertamente su rechazo hacia las doctrinas del Mesías, apoyado en una gran parte de la plebe, decadente y aferrada a viejos sueños de grandeza. Por todo esto, prometía ser una campaña difícil, anque nadie dudaba del resultado final.
Los ejércitos del Mesías lograron llegar hasta las afueras de la capital de Sólomon, acampando cerca hasta el amanecer. Esa noche, Cristo se congregó con sus Apóstoles y cenó con ellos. Al acabar, se reunió a solas con Pietro y luego con Iscariote, otro de sus más cercanos seguidores. Al parecer, Iscariote le dijo que deseaba mostrarle algo. En silencio, le condujo hasta la Colina de los Lamentos, donde una guarnición de Sólomon le esperaba para capturarle. Lo que ocurrió allí tiene mil teorías, pero la más extendida es aquella que dice que se dejó prender sin resistencia. Se cuenta que en aquel momento Cristo derramó la última lágrima por nuestro destino y que Iscariote lo besó para secarsela.
Como pago, Rómulo le entregó al traidor treinta piezas de metal tan oscuras como el corazón de los hombres. Cuídese aquel que posea alguna, pues sobre ellas recaen nuestros pecados.
A la mañana siguiente, Cristo apareció crucificado en las murallas de Sólomon, donde yació durante trece largas horas. Cuando finalmente expiró, no se abrieron los cielos ni tembló la tierra. No llovió sangre, ni se hizo un minuto de silencio en el firmamento.

Al contrario de lo que Rómulo y los dirigentes de Sólomon pensaban, la muerte del Mesías no acabó con su sueño. Tras la traición de Iscariote, los once Apóstoles restantes tomaron el mando del ejército y en pocas horas derrumbaron las murallas de la ciudad, eliminando toda resistencia. No hubo perdón alguno con quienes habían torturado y ejecutado a su señor. Allí, sobre las ruinas de la capital, los once levantaron la tumba del Mesías y se reunieron en lo que sería recordado como el primer Concilio Santo. Las Guerras de la Cruz habían acabado, pero ahora, sin la figura de Cristo para guiarles, un futuro incierto se cernía frente a ellos. Aun así, el sueño por el cual habían vivido y luchado durante una década pesaba fuertemente en sus corazones, por lo que se esfozaron en llevarlo a buen término.
Tras discusiones y debates, una noche todos los Apóstoles soñaron con el Mesías, quien les explicó que apartir de entonces el destino de su obra recaería en sus manos. Al despertar, decidieron dividir los territorios del hombre en once partes y tomar ellos mismos el papel de dirigentes.
Sería el comienzo de una nueva época conocida como la era de los Reinos Santos. El mundo empezaba a cambiar y todo hombre, mujer o niño podía darse cuenta de ello.
Tres años después, sobre las ruinas de Sólomon empezó a edificarse la ciudad vaticana de Arkángel con el fin de ser la capital de la humanidad mientras los Apóstoles declaraban en sus respectivos territorios, en nacimiento de los once reinos.
Empezó así un largo periodo de prosperidad, pero no libre de problemas. Aplicando los principios doctrinales del cristianismo, se prohibió el uso de lo sobrenatural y se cerraron las fronteras con las otras razas de Gaïa, con las cuales el hombre dejó de tener la más mínima relación. Por otra parte, el Apóstol Thanos Shetep no pudo llevar a buen término su objetivo, ya que su obsesión de vengarse de Iscariote le hijo dejar atrás su propio reino. Kuhistán se convirtió de esa manera en un serio problema para la unidad territorial del hombre, y siempre exsitiría una gran tensión entre el pueblo Enneath y los Reinos Santos del sur.
Con el paso del tiempo y tras la muerte de los Apóstoles originales, los Reinos Santos empezaron a distanciarse unos de otros, llegando incluso a surgir fricciones entre ellos. Acabaron agrupados dentro de cuatro grandes bloques que habían olvidado completamente el objetivo con el que fueron creados. En una triste ironía, lso grandes sueños e ideales del pasado no pudieron detener la naturaleza del espíritu humano.
Y fue entonces, a las puertas del desentendimiento, cuando el mundo afrontaría su hora más oscura. Muy pronto, todo lo que conocíamos acabaría sumiéndose en la más terrible de las locuras.

Rah Sith, el último descendient del Apóstol Iscariote, había creado en secreto una potencia desconocida para todas las fuerzas del planeta, el Imperio de Judas. Cómo logró hacerlo sin que nadie se percatara de ello es una incógnita, pero su poder era absoluto. Poseía parte de la tecnología perdida de Sólomon, que le dio una completa superioridad sobre el resto de naciones. Autoproclamado Señor de los Rechazados, junto a él se levantaron todos aquellos que no tenían cabida en el mundo, tal y como era concebido en ese momento. Brujos, invocadores, multitud de seres sobrenaturales se le unieron, todos bajo el ideal de cambiar Gaïa para siempre. Sin embargo, esas no fueron las únicas fuerzas que tuvo a su disposición. Gracias a sus conocimientos de eras pasadas, creó por medio de la manipulación genética sobrenatural multitud de criaturas, nuevas razas engendradas con la única finalidad de ser sus armas, a las que les unirían horrores primigenios y grandes bestias. Disponía de un ejército como el que no se había visto ni siquiera en la Guerra de la Oscuridad...
Sin embargo, su jugada maestra fue la de atraer hasta la fortaleza de Tol Rauko a la joven emperatriz Duk'Zarist; Ark Noah, hija de la difunta Phometeum, bajo el falso anuncio de que con su tecnología había encontrado una cura para la debilidad racial de su pueblo hacia el metal. Una vez allí, la hizo prisionera para obligar a los Duk'Zarist a apoyarlo en el conflicto.
Cuando el trece de septiembre del año 223 Rah se dio a conocer al mundo, nadie estaba preparado para su llegada.
El primer enclave en caer fue la ciudad de Acheon, la mayor metrópolis de su era. Pese a sus grandes adelantos técnicos y poderosas defensas, en menos de un día la urve quedó reducida a poco más que cenizas. Horas después las fuerzas de Judas se desplegaron por todas als costas del Mar Interior, creando una sinfonía de destrucción. Los Reinos Santos, enzarzados en disputas menores, fueron incapaces de responder apropiadamente al ataque y comenzaron a ser devastados uno tras otro. En tres ocasiones se trató de reunir ejércitos que les hicieran frente, pero todo fue inútil. Pronto, las tropas de Rah diversificaron sus objetivos, atacando también a potencias no humanas y a los imperios antiguos con mortal eficacia. Dándose cuenta de la amenaza que suponía para el destino de todo Gaïa, las naciones Sylvain lideradas por el emperador Taumiel Ul Del Sylvanus, decidieron intervenir en el conflicto. Al princpio, ofrecieron su ayuda a los restantes reinos santos, tratando de firmar una alianza temporal con estos, pero recibieron un rotundo rechazo como respuesta. A pesar de todo, viendo el apogeo de los Duk'Zarist, comprendieron que ellos mismo no tardarían en ser blancos de la ofensiva e, incapaces de detener el avance Rah en solitario, buscaron el apoyo de los reinos que en la antigüedad habían combatido conjuntamente en la Guerra de la Oscuridad. El levantamiento de los Sylvain produjo un momentáneo cambio en la situación y, por primera vez, las fuerzas de Rah empezaron a experimentar derrotas. Pese a todo, cuando las ciudadelas Duk'Zarist iniciaron sus ataques, fue patente para todos que el poder de las naciones élficas sería incapaz de detener el avance Rah. Sólo seis meses después del inicio de la Guerra de Dios, Judas había demostrado claramente cuál sería el destino de Gaïa.
Pero, contra todo pronóstico, surgió alguien que nos devolvió la esperanza. Zhorne Giovanni, el joven heredero de la estirpe del Apóstol Pietro, se levantó contra Rah en los territorios conquistados. Lo que comenzó siendo una simple revuelta acabó convirtiéndose, en pocos meses, en la mayor amenaza para la hegemonía de Judas. Dotado de una aptitud natural para el combate, una mente brillante y un talento innato como líder, consiguió reunir las restantes fuerzas de los Reinos Santos coordinando una serie de rápidos y efectivos ataques. Aun así, la absolita superioridad de las fuerzas de Rah seguía siendo palpable, por lo que Zhorne se puso en contacto con las naciones élficas y aceptó la propuesta ofrecida por Taumiel. A pesar de la gran distancia que les separaba, consiguieron dar un verdadero vuelco a la guerra al combinar sus esfuerzos. Judas empezó a perder terreno y muchos de sus ejércitos fueron exterminados.
Cuando la ciudadela flotante Dul'Zarist de Ordos Xenos fue destruída, estrellándose sobre parte de las fuerzas Rah, todo Gaïa se dio cuenta de que el resultado del conflicto no estaba tan decidido como se creía.